viernes. 29.03.2024

Réquiem por las Olimpiadas-Populares

 

“Relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor”. ¿Quién no se acuerda de aquél glorioso discurso de la señora alcaldesa, Botella, ante el Comité Olímpico ensalzando las virtudes de Madrid para ser capital de los Juegos en el 2020?

Pero quizás nos acordemos menos de que si se los hubieran otorgado a Madrid, estaríamos ahora, tirándonos de los pelos. ¡De la que nos hemos librao!

Si la subasta hubiera sido favorable: otra ruina encima de la actual. No me alegro de mal ajeno porque acaba siendo propio. La factura de la cancelación de los Juegos de Tokio la acabará pagando sobre todo el pueblo japonés y no las multinacionales del negocio del espectáculo olímpico que además, cuando finalmente se celebren, serán a su beneficio sin devolver lo que otros habrán pagado por cuenta ajena. Como decía Boadella, en sus inicios, cuando compró una furgoneta cuyas letras de cambio no pagaba y le reclamaba la compañía: “Ahí les mando las letras para la que le pongan música”.

Pero este Réquiem no está dedicado a los Juegos de  Tokio que debieran haber empezado este 23 de julio, sino a las Olimpiadas Populares de Barcelona que iban a celebrarse del 19 al 26 de julio de 1936 y que también tuvieron que suspender por la pandemia del fascismo que, el 18 de ese mes, se sublevó contra el gobierno legítimo.

Es un lamento no solo por la suspensión y el hecho que lo motivó, sino también por un concepto del espíritu deportivo y del juego limpio que cada vez es más difícil encontrar. Por aquel entonces, con este asunto de la sana competición, aun había tira y afloja y era una batalla no resuelta. Este debate se gestó a mediados del siglo anterior −el XIX− en el que frente a la corriente del sport de las élites sociales, comenzó a gestarse en toda Europa la creación de asociaciones y clubes vinculados al movimiento obrero y a las internacionales de los trabajadores, como fue la Unión Deportiva Internacional del Trabajo. Gran parte de esas entidades asociativas incluían en su denominación la coletilla “obrero” o “popular”, uno de sus objetivos era dotarse de espacios donde practicar deporte ya que los clubs de las clases altas les estaban vedados. Con el tiempo adquirieron gimnasios, piscinas y hasta estadios.

En la reunión del Comité Olímpico donde se designó al Berlín nazi como sede de los Juegos de 1936, quedó derrotada la candidatura que había sido favorita hasta poco antes: precisamente la de Barcelona. El riesgo de que gobernara la izquierda en España, como efectivamente así fue, volcó a la mayoría de los países occidentales a favor de Alemania. ¡Claro! El gobierno social-comunista crea intranquilidad… ¡Ah, no, que ese es el de ahora!, quería decir el del Frente Popular. “Mejor confiar en Hitler, ¡cómo no! La ultraderecha es menos peligrosa.”

Aquella olimpiada se diseñó para entronizar el supremacismo de la raza blanca y endiosar la figura del dictador alemán.

En España desde años atrás se habían agrupado un conjunto de organizaciones deportivas creando las Federación Cultural y Deportiva Obrera. En el verano de 1935 junto con el Comité Catalá de Esport Popular y el apoyo de organizaciones internacionales de trabajadores, tomaron la iniciativa de presentar el proyecto de las Olimpiadas de Barcelona.

Surgieron como oposición a las de Berlín y al fascismo, dentro del  movimiento de boicot al que se sumaron diversos países, pero también una reivindicación del auténtico espíritu olímpico y la noble competición.

En realidad el movimiento olímpico popular había adquirido protagonismo con anterioridad. Las organizaciones internacionales  ya habían impulsado otras previamente: La de  Fráncfort, el año 1925;  la de Viena, en 1931; incluso hubo otra anterior a estas que fue la de Praga de 1921, organizada por la Asociación Gimnástica de Checoslovaquia.

Para sopesar la influencia de estas organizaciones deportivas populares, valga un dato: el CADCI y el Ateneo Enciclopédico, de Cataluña, sumaban cerca de 30.000 socios, el Club de Fútbol Barcelona, entonces, tenía 7.000.

El éxito de la convocatoria y su organización en un tiempo record, se plasmó en la inscripción de veintitrés delegaciones de países de Europa, Estados Unidos, Canadá. También tenían delegaciones países que aún no tenían la independencia como Argelia, Palestina o los dos Marruecos −protectorado Francés y Español−. Italia y Alemania estaban representadas por atletas perseguidos y exiliados y participaba una delegación judía como contestación a la persecución que estaban sufriendo en Alemania. Se inscribieron 6.000 deportistas la representación femenina era muy importante, de hecho fue muy superior, tanto en términos absolutos como relativos, que la de la olimpiada oficial. La sede de los juegos sería el Estadio de Montjuic, que luego sería el Estadio Olímpico Lluís Companys. Tanto la Generalitat como el gobierno del Frente Popular apoyaron la convocatoria, de hecho España participó, junto con otros países, en el boicot a los de Berlín).

Económicamente  la Generalitat subvencionó con 100.000 mil pesetas y el gobierno del Frente Popular con 400.000 mil pesetas. La delegación francesa, la más numerosa tras la española, recibió 600.000 mil francos del gobierno de Francia.

El 18 de julio, la orquesta dirigida por Pau Casals, se encontraba ensayando La Novena sinfonía que estaba previsto interpretar al día siguiente, como canto a la paz, en el acto inaugural. El conceller de cultura interrumpió el ensayo: “Con todo pesar, debo anunciar, que se suspenden las Olimpiadas Populares debido a la actual situación de intentona de golpe de estado”. Pau Casals, visiblemente emocionado, propuso seguir con el ensayo y expresó su deseo de “Volver a tocar de nuevo esta sinfonía cuando vuelva la paz”.

La noticia se extendió rápidamente por los edificios de la exposición universal donde se alojaron gran parte de los atletas aunque, como la participación rebasó lo esperado, otros estaban en casas de particulares que les habían abierto sus puertas respondiendo al llamamiento hecho por los organizadores.

Algunos comenzaron a hacer las maletas para volver. Otros salieron a las calles; en ellas había barricadas en las principales vías de comunicación protegiendo los edificios estratégicos. Los trabajadores las ocupaban armados con lo que tenían. Aquél ambiente de los ciudadanos decididos a defender la República, contagió a varios cientos de competidores extranjeros que eligieron quedarse para ayudar y posteriormente se alistaron en las Brigadas Internacionales.

Poco después, a primeros de agosto, comenzaron las de Berlín a mayor gloria de Hitler. Pero siempre hay una rendija por donde se cuela la esperanza que, en este caso, fue una auténtica brecha: un negro, Jesse Owens acabó siendo la estrella de aquellos juegos consiguiendo cuatro  medallas de oro en cien y doscientos metros libres, relevos de 4x100 y salto de longitud. Eso fue lo que quedó para la posteridad ensombreciendo el medallero triunfalista que con tanto empeño había preparado Goebels, el todopoderoso ministro de propaganda. Por cierto que cuando Owens volvió a los Estados Unidos tampoco fue recibido por su Presidente y, en cumplimiento de las leyes americanas, entre otras cosas continuó viajando en la parte trasera de los autobuses, destinada a los de su raza−

Para más INRI, algunas de esas medallas germanas después se supo que fueron obtenidas por personas de la “raza inferior judía”, algunos, posteriormente fueron expulsados del equipo de competición alemán y a otros, como a los gimnastas Alfred Flatow y su primo Gustav, les fue mucho peor, perecieron de inanición en el campo de concentración de Theresienstadt.

 Me quedo, para estas últimas líneas con dos cosas: la sonrisa de pensar en el careto y los pensamientos de la tribuna de dirigentes nazis viendo como un negro ganaba una vez tras otra. Y con las notas musicales del canto de la paz universal.

Jesse Owens  en las olimpiadas de Berlín. RTVE

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